6 oct 2005

Por muy alta que sea una montaña, no sobrepasa su propia cúspide.

Quien ríe último, de la desgracia ajena, ríe mejor.

Aun viéndote sucia y borracha, me arrodillo para nombrarte: “¡Madre!”

Quise conocerme a mi mismo. Cuando me hallé, estaba muy cambiado.

El que nada desea, es sospechoso.

El espíritu del virtuoso es como un espejo. Te miras en él y puedes peinarte.

En el mundo hay Bondad y Maldad. Justicia e Injusticia. Árboles y tortugas. Hay muchas cosas.

Para el Sabio no existe la riqueza. Para el Virtuoso no existe el poder. Y para el Poderoso no existen ni el Sabio ni el Virtuoso.

Te regalaría las estrellas, pero te has empecinado en un par de zapatos.

Reparad en ese pato que corre. Reparad en aquel cordero que trisca. Reparad esa cerca que huyen los animalitos.

Si dices que lo tienes en un puño… muy pequeño ha de ser tu enemigo!

Haz el mal sin mirar a cuál.

¡Desdichado el mendigo que no conoce el placer de dar!

El ciego, al lavarse la cara, se reconoce.

Cuando alcancé la Sabiduría, ella me miró y dijo: “Ya me alcanza cualquiera”.

Lo llamaron científico, estadista y pensador. Pero nunca fue tan feliz como cuando lo llamaron “Bichi”.

Roberto Fontanarrosa, “El mayor de mis defectos y otros cuentos”. 1990.

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