10 oct 2003

Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la compañí­a de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la inteligencia.
Entonces, como quien acepta un desafí­o, como una compadrada, resuelve arduos problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un dí­a, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
-Ay, señorita... Si supiera cómo me gustarí­a regalarle una flor y darle un beso.
Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino propósito del Universo.

Alejandro Dolina, Crónicas del Angel Gris.

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